LA DIOSA DEL CORAL
Hace mucho, mucho tiempo, en el país de los corales vivía una Diosa tan pequeña como solo puede serlo la lejanía de una estrella para los ojos de un niño. Allá abajo, desde hace muchos y muchos siglos, existía el palacio de cristal y ámbar donde vivía aquella pequeña Diosa.
Hace mucho, mucho tiempo, en el país de los corales vivía una Diosa tan pequeña como solo puede serlo la lejanía de una estrella para los ojos de un niño. Allá abajo, desde hace muchos y muchos siglos, existía el palacio de cristal y ámbar donde vivía aquella pequeña Diosa.
Era un palacio hecho por luz y color, un lugar donde el tiempo, la incertidumbre del futuro y la añoranza del pasado no podían quedarse: la pequeña Diosa vivía desde siempre, más allá de cualquier nostalgia, desde el momento de concepción del mundo de las ideas, desde el mismo momento en que una criatura mortal había aprendido a soñar. Así que, cada vez que una idea o un sueño o una fantasía aparecían al umbral de la mente de un cualquier ser mortal, el palacio de cristal y ámbar relucía un poco más y se llenaba de resplandores y matices hasta entonces desconocidos.
Esta Diosa tenía en los ojos los abismos eternos del mar y el color que teñía de transparencia su mirada, era la utopía de viejos marineros que veían los ojos de la Diosa asomarse a las olas cuando entonaban sus melancólicas cantilenas, era la esperanza de ver sus pensamientos flotar ligeros y sin consistencia entre el mar verdoso y la estela plateada de la primera luna. Su cabello tenía el reflejo de minúsculas astillas de coral atadas por sutiles hilos de red que los pesqueros habían perdido o que se les habían escapado en alguna lejana noche de tormenta
Era, la Diosa, la única guardiana de las fantasías y de los sueños de miles y miles de seres humanos.
Una noche, una noche igual a muchas otras, la luna sentada en su trono de aire, ojo de diamante que dispersa la oscuridad, en aquella noche la fantasía de un Hombre se espejó en los ojos de la Diosa… Y la Diosa vio aquel Hombre como si él hubiese estado allí: sus ojos grandes encima de ella, perfiles de almendras entre el agua del mar y la profundidad que siempre la había aislado de la noche del mundo mortal, parecían reflejarse en la luz de ámbar del palacio. El corazón de coral de la Diosa se sintió entonces golpeado por una sensación nueva y nunca experimentada: como un dolor, como el toque eléctrico de la medusa y a la vez una alegría desconocida, una ternura, que nunca de esta manera la habían poseído. Y un perfume de madreselva y fresa pareció durante un momento eterno cautivar en sí la total inmensidad del mar casi transformando el verde de sus aguas en el verde de hierba y bosque, en tierra húmeda de lluvia.
En el mismo instante, en una tierra donde muy tarde se pone el sol, el aire se llenó del perfume del mar, de aquel sabor que dejan las olas cuando naufragan solitarias contra los escollos, aquel olor a agua salada que hiere los pómulos y deja en los labios restos de lágrimas
También el Hombre que se balanceaba perezoso sobre su hamaca, que balanceaba la noche y el cansancio, sintió un dolor explotar en su corazón: una espina de zarza clavada duramente en su alma y, al unísono, una alegría inmensa que parecía hacerle olvidar el silencio y le invitaba a cantar.
Y vio a una mujer pequeña ondear en sus pensamientos hechos ya agua y sus ojos reflejados en un palacio diferente… cristal y ámbar
Se estremeció el Hombre y la imagen desvaneció
Simultáneamente, en la profundidad del mar, los ojos de océano de la Diosa se cerraron y la imagen de aquel hombre desapareció dentro de juegos de agua.
“Qué sueño tan raro – pensó el Hombre – además raro porque yo nunca recuerdo mis sueños…y sin embargo ella parecía estar aquí a mi lado…”
“Qué fantasías tan raras – dijo a media voz la Diosa – él parecía estar aquí a mi lado… y sin embargo yo solo vigilo sus sueños…”
Pasaron los días en aquella tierra donde el sol se pone tarde y largas y cálidas noches pero el Hombre ya no sabía quedarse lejos de aquel primer sueño recordado: regresaba al bosque, balanceaba la noche y su cansancio, y una y otra vez volvía a ver a la Diosa
Ella sonreía al sueño que cada vez él le entregaba y el tiempo, que hasta entonces nunca había vivido en el país de los corales, empezó a hacerse real, casi humano.
La Diosa esperaba a la noche para encontrar aquel Hombre tumbado entre las encinas; aprendió, desde dentro sus ojos dulces de miel y nueces, a conocer la realidad el mundo, el color blanco de las flores del almendro a primavera, el trigo dorado que tontea con el viento, la rigidez de las piedras y la suavidad de las nubes… Y él aprendió, desde dentro sus ojos de jade, el nombre de todas las olas del mar, el toque leve de sus aguas y los secretos de antiguos tesoros y, entonces, la luz del palacio de cristal y ámbar fue la luz que iluminaba sus noches y los corales rojos se entrelazaron a su corazón.
Mientras tanto, hilos de hierba y espino albar se hicieron guirnalda para coronar el corazón de la Diosa. Así, cada noche, dos seres tan diferentes intercambiaban sus corazones y juntos aprendían el amor
Luego una noche, de repente, se deshizo el cristal del palacio allá abajo en el fondo del mar como si un fuego inmenso lo hubiese envuelto en sí y la Diosa se encontró balanceando al lado del Hombre en aquella tierra donde el sol se pone muy tarde. Se hizo mujer y aprendió el tiempo, las estaciones, el nombre de los vientos y la realidad del mundo. El Hombre aprendió a soñar, a pintar con colores sus ideas, a narrar miles de cuentos en las tardes de invierno…
Vivieron juntos hasta que su tiempo se hizo polvo…y entonces el viento les recogió entre sus dedos de aire, los transformó en canción y aún el viento les lleva consigo….
Cuando estés triste y la Diosa Pandora no te deja ver lo que lleva consigo y no sabes que su último regalo al mundo fue la Esperanza…siéntate, allí donde estés, porque el viento también para ti volverá a cantar aquella vieja canción:
“Vivía en el país de los corales una pequeña Diosa…. “
EL LOBO QUE SE ENAMORO DE LA LUNA
Erase una vez un bosque encantado, un bosque lleno de tilos y musgo, de árboles altos y fuertes pero también lleno de flores pequeñas e hilos de hierba, de violetas y lilas, de margaritas y rosas selváticas
Al comienzo del verano, cuando el cielo se vuelve más limpio y el aire esta calido y humedecido por instintos de amor, los tilos empujaban hacia el cielo sus flores y el perfume tan intenso y persistente dibujaba en el aire pequeñas gotas de hechizos de amor…
Al comienzo del verano, cuando el cielo se vuelve más limpio y el aire esta calido y humedecido por instintos de amor, los tilos empujaban hacia el cielo sus flores y el perfume tan intenso y persistente dibujaba en el aire pequeñas gotas de hechizos de amor…
En una de aquellas noches, el cielo azulado parecía ser una capa de seda lisa, un Lobo Solitario iba por el bosque pensando que le habría encantado que las niñas que jugaban por el día cerca del río no le tuviesen miedo… pero, los antiguos cuentos siempre habían hablado de lobos malos y nadie, nunca, se había preocupado de rectificarlos
El Lobo caminaba como ausente, no miraba a su alrededor porque solo veía su alma tan frágil dentro su cuerpo tan fuerte… por esto no se dio cuenta de aquella Diosa, allá arriba, que le miraba La Luna, señora de cada cielo, se deslizaba graciosa sobre la capa de seda de la noche no quitándole nunca ojo al Lobo Solitario que andaba allá abajo en el bosque...
“Cara de luna llena…luna dorada…ojos fríos hechos de hielo e inocencia…¿Quién te ha colgado allá arriba?” le preguntaban las Hadas…
Pero la Luna, perdida en el andar lento del Lobo, no les contestaba.
Fue por casualidad o por suerte, que de repente el Lobo levanto los ojos hacia el cielo y en el momento en que la vio, se enamoró de la Luna
Los ojos amarillos del Lobo se fundieron en la cara dorada de la Luna que sonrió y entonces una lágrima se hizo rocío para calmar la sed del Lobo.
Entonces, Hadas y Duendes se apretaron alrededor del Lobo y, cantando, le dijeron:
“¿Quién la ha colgado allá arriba? Sube, sube sobre el tilo y acaricia su sonrisa…”
El lobo, de repente ya no se sintió solo en su andar, corrió hacia el tilo más alto y lo intentó…lo intentó… intentó subir pero cada vez deslizaba y caía…
“¿Quién la colgó allá arriba?...Baja, baja y corre al río y acaricia en sus aguas su sonrisa…” le decían las Hadas.
El lobo ya no se sintió solo en su andar, corrió hacia el río, metió su pata donde vio el reflejo y la cara de su amor, la Luna, pero así la alejo produciendo escalofríos de agua…
Lloró el Lobo, lloró mucho el Lobo que nunca había amado
Y la Luna que desde allá arriba ya le amaba, desató uno de sus rayos y la mitad de ella se hizo escalera de manera que el Lobo pudiese subir.
Desde entonces, en las noches de luna llena, ves una sombra en la luna: perdido en el hechizo del amor, el Lobo esta sentado a su lado y canta para ella melodías lejanas
Cuando luego la Luna se hace dulce por su cantar, la mitad de ella de deshace y luego se vuelve cuarto hasta que otra vez se hace entera llena por el amor de aquel Lobo.
LA PEQUEÑA REINA DE LA AURORA
No la podías encontrar nunca antes del alba…
Por la noche dormía en el lecho del río, su cuerpo se fundía en el agua, como suelto, licuado en la tranquilidad eterna del devenir…
Se quedaba horas dormida entre las aguas, allí donde los muguetes perfuman otra y otra vez la capa reinventada de la primavera, donde las hormigas buscan casa entre los hilos de hierba y donde las piedrecillas, incapaces de deslizarse por el camino del tiempo, se quedan tumbadas en la orilla rozadas por el movimiento lento del río…
La Pequeña Reina de la Aurora no había escogido su casa, un hechizo la había obligada a su largo sueño: ella no conocía el día y la noche, no conocía la cara de plata de la luna ni sus ojos brillaban en el sol y no llamaba por su propio nombre a las estrellas…
No conocía nada más que no fuese el alba: ni los juegos de los niños ni las promesas y los suspiros de los amantes…
Solo el Alba en su nacer la levantaba desde el lecho del río y la llevaba hasta el mar…
La razón de aquel antiguo hechizo que la ataba al río, para ella solo era un ligero polvo dentro de recuerdos olvidados; no habría podido explicar porqué su cuerpo se encontrase allí, deshecho en las aguas del río todo el día y una noche más…y luego otro día y otra noche hasta que acabe de cantar el tiempo…
La Pequeña Reina de la Aurora ya no tenía pensamientos y tampoco emociones: solo conocía a una pequeña mano vestida de colores que la transportaba cada mañana hacia el mar… Allí, ella saludaba la ultima estrella de la noche, la primera fúlgida luz de la mañana y, como si esta luz fuese el último caminante sin camino, con delicado respeto reclinaba la cabeza y le sonreía…
Cuando el Alba llegaba, la Pequeña Reina de la Aurora se despertaba y su cuerpo cogía valentía, su cuerpo estibaba la pereza, se vestía de fuerza y se dejaba llevar hacia el mar…
Ella conocía esta gran diferencia entre su río y el mar: conocía su continua diversidad, conocía sus olas y el arrecife y la playa, conocía las miles facetas del mar…
El Alba la levantaba en sus brazos y la llevaba hasta él…
Aquí la Pequeña Reina de la Aurora se erguía recta en su túnica de olas turquesas, abría sus ojos y se veían del mismo color del agua del mar, levantaba sus brazos, abría la palma de sus manos, levantaba todo su cuerpo y empezaba su saludo al sol…
A medida que los colores la rozaban, su túnica se inundaba de luz y su rostro estático hasta entonces volvía de repente a transmitir emociones en un movimiento continuo…el rosa el amarillo el naranja el rojo del cielo la vestían en aquella paleta de cambios rápidos…la vestían y la desnudaban…la abrazaban y la soltaban…
Entonces ella, la Pequeña Reina de la Aurora, baja los brazos y la cabeza, luego junta sus manos como rezando, se inclina y da las gracias al sol…
En aquellos instantes, ella, suelta para siempre en las aguas de un río, se hace Señora y Reina de la Aurora, dueña de un mundo todavía dormido, acariciado por la última estrella y la última luna…
Se hace Señora y Reina de sí misma y de su mundo y solo entonces, rezando y saludando al sol, se acuerda de haber sido niña en algún lugar del mundo, se acuerda de amores y emociones compartidas que duraran para ella ya solo un puñado de minutos luminosos, los mismos que necesitará el sol para renacer al este desde los abismos del mar, después de haber muerto a occidente en otra danza de colores…
Exactamente la salida del sol era el nacimiento cotidiano de la Pequeña Reina de la Aurora, el gran milagro de la mañana: colores que danzan, se funden, crean matices y reflejos siempre nuevos o quizás iguales en las nubes y en el cielo limpio, este devenir eterno que hace posible que de una mezcla de colores nazca el día, la cuna de nuestra misma vida…
Volvía a componerse el agua del río después que un remolino de corriente la había envuelto y acogido en su vórtice profundo
Y la Pequeña que ya no era Reina ni Señora, volvía a fundir su cuerpo en la aguas del río y volvía a se aquella sombra sutil que puedes ver si pruebas a mover con tus dedos el río…eterna parte de un todo que no se ve y sin embargo existe…en cada pequeña gota…en la quela voraz del cangrejo…en los brazos de clorofila del sauce que acarician el agua…y en la carrera del sol hacia el tiempo y hacia otra noche y luego hacia una nueva mañana….
LA COMETA
La niebla llega del mar, ola húmeda de ansiedad y misterio, ola humedecida por viejos pensamientos y viejas lágrimas estancadas en el corazón…. corazón lavado con sal, de colores opacos… y sus colores son cristales, el mar les ha forjado en su historia infinita de abismos profundos, de alejamientos y regresos…
El mar les ha alisado, cristales redondeados por la sal y las olas…olas que van y regresan…y regresan y vuelven a acariciar…
Y aquel dolor tan feroz que juega al escondite entre lágrimas y sonrisas, aquel antiguo dolor incandescente, llama movida por el viento…llama de amor sumergido…mamá…no vuelves…fuera…fuera de aquí…..
La niña en la playa perseguía su cometa pintada de inocencia…
La alegría, irreverente señora, estaba sentada en medio del cielo azul insolente donde los rayos del sol cosían bordados originales entre las nubes…
La niña en la playa perseguía su cometa…sabía que no sabía el destino de su vuelo…
Alta en el cielo, la cometa inventaba nuevos bailes junta al viento, piruetas y piruetas…y el hilo de aliento que la ataba a los dedos sutiles de la niña, era su único amparo en la tierra…
Qué amparo…qué cercanía…qué lejanía en su correr y subir siempre más alto…y más arriba aún…
El mar les ha alisado, cristales redondeados por la sal y las olas…olas que van y regresan…y regresan y vuelven a acariciar…
Y aquel dolor tan feroz que juega al escondite entre lágrimas y sonrisas, aquel antiguo dolor incandescente, llama movida por el viento…llama de amor sumergido…mamá…no vuelves…fuera…fuera de aquí…..
La niña en la playa perseguía su cometa pintada de inocencia…
La alegría, irreverente señora, estaba sentada en medio del cielo azul insolente donde los rayos del sol cosían bordados originales entre las nubes…
La niña en la playa perseguía su cometa…sabía que no sabía el destino de su vuelo…
Alta en el cielo, la cometa inventaba nuevos bailes junta al viento, piruetas y piruetas…y el hilo de aliento que la ataba a los dedos sutiles de la niña, era su único amparo en la tierra…
Qué amparo…qué cercanía…qué lejanía en su correr y subir siempre más alto…y más arriba aún…
La niña en la playa perseguía el vuelo su cometa, perseguía el recorrido secreto de su vuelo…
…Te buscaré estrella…dentro de aquel vuelo te recuerdo…
Sus ojos…sus ojos, lluvia otoñal, inventados en el tiempo que corre y va, nunca listos para ser arco iris de colores, lluvia estival que mitiga la sed de la tierra…lágrimas…es una lágrima el vuelo imaginado e imaginario de su cometa…
Sí…lo recuerdo…
La niña en la playa persigue con el pensamiento una cometa que no ve: sigue su recorrido imaginando su ruta pero…el recorrido del viento le roba el aliento, le parte el corazón…todo va tan de prisa…
Corre…corre…vuela…
Un vuelo ya solo imaginado y la cometa es fantasía, el sueño que te roza y besa las sonrisas…y quien no posea sonrisas, pues, llora lagrimas de tristeza que construyen estatuas de sal en las mejillas, estatuas de sal prisioneras de ojos cansados, estatuas que otras lagrimas desataran y el mar las hace suyas en un eterno volver…sí, volver…
La niña ya no ve la cometa ni ya la imagina, ni ya se acuerda de haber tenido una cometa…eh niña…aquel sueño…tu cometa…
No ve y no conoce el recorrido de su vuelo
Una bruja en su corazón encadena el sueño y la cometa ya no tiene hilo…
Un ángel…eres un ángel…¿y tu cometa?
No escucha ni quiere escuchar…
Hay una estrella allá arriba
La fórmula del dolor es la misma fórmula de la alegría: la misma intensidad, misma locura, misma inmensidad
Una niña en la playa sola junta a su destino…una ola recoge trapos mojados, una vida que se olvida de si misma…cuatro trapos…vuelve de donde has venido niña…
Una ola…la ola roba los pensamientos, los maltrata en su devenir…alta y baja marea…
Una niña en la playa se ha perdido, ha encadenado la cometa al arrecife…ha cogido su perro…ha dejado su sueño…humo en sus ojos…niebla húmeda de una noche partida …niebla desde el mar…ha cogido su perro
En el reloj del campanario daban las horas, toques de un tiempo que no ha esperado nunca que tu corrieses con él
Cógeme la mano…háblame…no te decepcionare otra vez…
Una niña
No hay ninguna niña en la playa
SE olvido su sombra…¿ Qué hará una sombra sin un cuerpo al cual agarrarse?... ¿ Qué va a decir…cuales palabras…
Las sombras se deslizan en la luz, no tienen palabras que decir
¿ De qué hablabas…?
No hay ninguna niña en la playa…
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